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jueves, 28 de enero de 2010

La Federación Mexicana de Partidos (FEMEXPAR)

Hugo Páez

Los partidos políticos en México actúan como una Federación Mexicana de Partidos (FEMEXPAR), agrupados con el propósito de blindar sus intereses y aumentarlos en cada oportunidad. Es un comportamiento análogo a las federaciones deportivas que en la mayoría de los casos mantienen cofradías feudales y se dicen representar al deporte mexicano. Historias nefastas de poder y corrupción abundan en el básquetbol, olimpismo, futbol, etcétera.
Cuando menos las federaciones deportivas obedecen a organismos internacionales como la FIFA. La apócrifa Federación Mexicana de Partidos es un organismo tan autónomo que se autorregula, y cuando quiere legislar sobre si misma, acude a sus propios representantes en el Congreso. ¡Un mundo fantástico!
Por ley electoral, no hay legislador que no pertenezca a uno de los partidos de la FEMEXPAR, ni gobernador, ni candidato a la presidencia de la república. Es el autoritarismo que después de estar incubado en 70 años de priismo se trasladó del Poder Ejecutivo al Poder Legislativo, con la fuerza de partidos gravitando en San Lázaro y Xicotencatl.
La propuesta de Felipe Calderón en la Reforma del Estado para romper esta especie de federación puede estar llena de intereses propios, sin embargo, es la oportunidad ciudadana para desarticular esta estructura maquillada de civilidad, para legitimar el engaño.
Felipe Calderón sufrió y se sirvió del PAN como una organización política que lo llevó a la presidencia de la república. Fue el primer candidato de un partido en el poder, no impuesto por el primer mandatario. En el 2000 no era el candidato de Vicente Fox, por el contrario, fue proscrito por el gobierno federal al renunciar a la Secretaría de Energía. Con todas las adversidades, incluyendo la fuerza de su oponente el Secretario de Gobernación, Santiago Creel, logró la candidatura.
Imposible imaginar este escenario en el priismo, donde el tapado era ungido por el presidente. No había forma de librar el autoritarismo convertido en regla que marcaba modos entendidos, con una imposición brutal, imposible de romper y que engendró a la larga la atmósfera en la que fue asesinado Luis Donaldo Colosio.
“Ya no son tiempos en que el presidente lo decide todo” sentenció Felipe Calderón unos días atrás. Un diagnóstico que reafirma la muerte del autoritarismo, no se si por convicción, ó por falta de oficio.
Sin embargo no es una estricta desaparición, es sola un cambió de casa, una mudanza del poder ejecutivo al poder legislativo. Un proceso construido por una federación de intereses que se consolidaron con alianzas para formar mayorías legislativas.
La práctica parlamentaria perdió compromiso con la ciudadanía, y se concentró en buscar metas particulares. De forma aislada, en el dictamen del Presupuesto de Ingresos de la Federación se vieron intentos de rebeldía que fueron apagadas por los coordinadores parlamentarios. Nada más allá que un simulacro.
En una atmósfera política tan propensa a resguardar intereses personales y de grupo, la reelección en cualquiera de sus modalidades es una amenaza directa contra la democracia y la participación individual.
Inevitablemente alentará estados de campaña permanente de alcaldes, diputados y senadores. Ignoro si Calderón lanza el dulce de la reelección a legisladores para después proponer la del presidente de la república, sin embargo, se presta a interpretarla como el primer paso de un proyecto mayor.
Las candidaturas ciudadanas atentan contra el monopolio de la Federación Mexicana de Partidos. Los argumentos en contra son una especie de “salvación” de los intereses de los ciudadanos que pretenden justificar la no apertura con el supuesto de protegernos de posibles candidatos fabricados con dinero sucio ó de intereses corporativo. El pecado favorito de los partidos.

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