Hugo Páez
En el 2011, cuando los partidos perfilaban a sus candidatos a la presidencia de la república, el presidente Felipe Calderón Hinojosa aclaró a la curia panista la sana distancia, sin embargo, en el PRI juraban que de resultar candidato Ernesto Cordero Arroyo, el presidente iría con toda la fuerza del estado.
El triunfo de Josefina Vázquez Mota en la interna no dio espacios para probar la tesis de la élite priista que rodeaba a Enrique Peña Nieto. En la precampaña, Josefina describió los golpes internos en su contra como “muy cabrones”, con esas palabras me lo dijo, sin embargo, se impuso sobre el ex Secretario de Hacienda, antes de Desarrollo Social.
Josefina sufrió en carne propia esa distancia brutal, más que insana, ojete. La hundió en el tercer lugar de los resultados electorales. Los remedos de presunta unidad panista, que ahora puede repetir en el 2018, con fotos forzadas del gabinete y colaboradores federales, duraban eso, el click de la cámara. A los minutos cada quien regresaba a su posición y se olvidaban de la campaña.
Más de algún destacado panista expresó sus preferencias por el triunfo de Peña Nieto, de ese tamaño el abandono, la distancia kilométrica. Así cargó Josefina durante todo el proceso el lastre de la atmósfera gestada a partir de la derrota de Ernesto Cordero, a la que se sumaron los tumbos de Vicente Fox Quezada, que en una de sus bipolaridades disfrazada de benevolencia, el 25 de abril del 2012, en la escalinata del hotel Intercontinental de Monterrey, la llamó “Mi presidenta”, para después traicionar su promesa y agarrar la matraca del candidato del PRI.
La sana distancia de Ernesto Zedillo Ponce de León en realidad fue un reflejo condicionado de sus animadversiones. Le mataron al amigo y candidato, para ser ungido en ese default sangriento de la tragedia de Luis Donaldo Colosio en el peor de los escenarios.
Esa animadversión de Zedillo al PRI y lo que significaba en ese momento, construyó la antítesis del partido de Estado y la interrupción del continuismo manufacturado por una maquinaria partido - gobierno durante 70 años. El presidente dejó a la deriva al candidato Francisco Labastida Ochoa en el 2000, fue el primer priista derrotado en una elección presidencial. La prueba de que el PRI no funciona con sana distancia.
Dos grandes momentos en el camino de México a la democracia liberal dejan una ejemplar enseñanza que no quiere repetir Manlio Fabio Beltrones. Tendrá que promover en el gobierno federal la recomposición de la economía doméstica -la macro no interesa a la masa de electores-, también repensar y suavizar la reforma fiscal, antes que la oposición le arrebate esa bandera en la próxima legislatura, pero además tendrá que dejar muy claro que la desaparición de la sana distancia no llevará a una elección de Estado, que se trata de una relación auténtica con el Presidente de la República, acorde con el futuro y no con el pasado inspirador en los autoritarios que se aferran al poder de los partidos, ese caldo de cultivo que derivó en el hartazgo electoral el 7 de junio con nuevas y reales opciones.
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