El siguiente texto es la colaboración de un servidor para el libro “Hay mujeres para rato” que presentará hoy Lupita Suárez Ponce, Secretaría Nacional de Promoción Política de la Mujer en el hotel Radison de ave. Revolución a las 6:30 p. m. en el DF. El libro es una recopilación de textos dedicados al 60 aniversario del Sufragio de la Mujer en México.
Hugo Páez
No creo en la cuota de género.
Me resisto a la idea de enfrentar la infamia contra las mujeres, racionando legislaturas, puestos de trabajo, o liderazgos otorgados por decreto.
No obstante, la entiendo como reacción ante la brutal violencia de género en todos los ámbitos, en todas las latitudes.
A favor está la traza de la evolución: la inteligencia se abre paso sobre el dominio de la fuerza física que tarde o temprano es desplazada por la razón.
La agresión de género cruzó mares del tiempo, 60 años atrás marcó una victoria histórica con el sufragio de la mujer en México, pero faltan océanos para alcanzar el equilibrio de oportunidades.
La ruta también engendró acepciones aberrantes, una de ellas, las “Juanitas” del Congreso mexicano. Mujeres inmersas en el perverso juego de la simulación política que cumplían cuotas de género para después reintegrar el espacio legislativo al macho dominante. Una lucha de siglos denigrada por la trampa y la mentira, requirió ser acotada con leyes para evitar la continuidad de la vergonzosa autoinmolación.
Los frutos de la lucha femenina son espléndidos, sin embargo, el reto en el México actual es permear el conocimiento y ejercicio de los derechos políticos de la mujer en todos los ámbitos, principalmente en las entidades federativas. Es impostergable la erradicación de los ataques a la integridad física, además de concentrar una mayor atención durante el embarazo y el parto.
El feminismo cumplió una función necesaria y deseable, propició formas de toma de conciencia e identificación, además de crear un discurso propio, no obstante, pervive la dificultad de reconocer a líderes mujeres, y mientras existan este tipo de recriminaciones, difícilmente se podrá hablar de democracia.
La aspiración es hacer realidad un proyecto compartido hombre – mujer, mujer - hombre, con el propósito de lograr la armonización de nuestra legislación con los principales instrumentos internacionales que el Estado mexicano ha ratificado, uno de ellos, la Convención sobre la Eliminación de Todas las Formas de Discriminación contra la Mujer (CEDAW en inglés), así como la Convención Interamericana para Prevenir, Sancionar y Erradicar la Violencia contra la Mujer.
Son pasos concretos de lo que resta por hacer, por que lo hecho es enorme. Una muestra viva es Angela Merkel, ratificada en septiembre del 2013 por el pueblo Alemán en su tercer mandato; mujer, ama de casa, estadista y pieza fundamental del salvamento de la Europa contemporánea devastada por la economía.
Una mañana de 1976 mi madre no quiso votar.
No tiene caso, me contestó cuando le dije que quería acompañarla, yo era menor de edad y en ese preciso momento me confundió el desinterés. No entendí la renuncia a hacer suyo un derecho que, en el debate familiar y social del Sinaloa de los ochentas, los hombres dominaban con estridencia, por lo tanto, las mujeres no tenían más oportunidad que hacer tabula rasa en las urnas.
A las pocas horas comprendí el desánimo: las primeras planas de los periódicos auguraban, sin temor a equivocarse, que José López Portillo sería votado por mero trámite. El partido Acción Nacional en una de sus etapas más críticas de liderazgo no presentó candidato presidencial, gracias al choque entre dos personajes, a la distancia, emblemáticos: Pablo Emilio Madero y Salvador Rosas Magallón. Entendí la protesta de mi madre ante la burla.
Esa mañana, Ignacia Miramontes no imaginaría que treinta y seis años después una mujer enarbolaría la candidatura presidencial del PAN, el partido en el poder, el primero de los grandes partidos que superó mitos y tabúes de género y registró a una candidata. Y a pesar de que Josefina Vázquez Mota no ganó la elección, la zaga es enorme. Para entenderla habría que recapitular la historia de la infamia contra las mujeres.
Una lucha dura, noble, reivindicadora, que en algunos casos comprometió la vida, para liberar otras, pero totalmente irrenunciable, donde no hay lugar para las débiles.
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