Hugo Páez
Eran las 3:20 de la madrugada, Enrique Barrio dormía en su casa de Monterrey, un grupo de 15 jóvenes armados asalto su casa el lunes y se lo llevó. El terror y la desesperanza se apoderó de la familia.
Un típico levantón, fácil para el comando por el nivel de funcionario municipal, Enrique no tiene derecho a blindaje, se metió con una red de corrupción enorme, es la guerra contra el crimen organizado en la que los únicos protegidos son mandos federales y estatales muy superiores, y por supuesto los miembros del gabinete de seguridad de Felipe Calderón Hinojosa. No hay dinero para más, el presupuesto de Egresos de la Federación del 2010 no está a la altura del problema en el rubro de seguridad pública. Se privilegiaron otras causas, pero aún así, los poco mas de 3 billones de pesos del gasto del estado no alcanzan.
El futuro pinta muy mal para Barrio que se desempeñaba como Secretario de Vialidad y Tránsito de Monterrey. Semanas antes investigó a una red delincuencial compuesta por ex agentes y agentes de tránsito que extorsionaba a traileros. La banda era apoyada por el crimen organizado, así fue el relato en medios de comunicación, como si los funcionarios involucrados no fueran ya el principal activo del crimen organizado.
Igual suerte corrió Reynaldo Ramos Alvarado, director de tránsito de Barrio, levantado un día antes con el mismo modus operandi en su domicilio.
Son dos ejemplos de la terrible vulnerabilidad de estos cruzados, quizá involuntarios, contra el crimen. Los de abajo, los que no alcanzan decenas de guaruras, ni tácticas de seguridad, ni convoys militares. Recuerdo que a la policía federal no le alcanza para bien comer y a veces no son admitidos en hoteles, para bien dormir, sus descansos son pura fantasía. Hablo de los de abajo, los expuestos.
Suena como un imposible el que todos estén protegidos, sin embargo, es urgente hacer algo.
Mandarlos a la guerra sin fusil va a aterrorizar a todos. A diferencia de los militares que viven en comunidad, los policías locales, estatales y federales no tienen esa ventaja de proteger su descanso en zonas y cuarteles.
Enrique y Reynaldo regresaron a su casa a descansar, un blanco fácil para la red criminal que penetró con el poder de la corrupción a las propias filas del departamento de tránsito en el que trabajaban, el que pretendían limpiar.
Horas después del levantón de Enrique, a miles de kilómetros, en elpuerto de Acapulco el comandante Obdulio Flores recibía rehabilitación en un hospital del Seguro Social ayer a las 10de la mañana, a consecuencia de una bala recibida en la lucha contra el crimen. Obdulio estaba acompañado de su sobrina de 10 años, cuando ingresaron al hospital dos sicarios ¡bang, bang, bang, bang, bang, bang! Seis balazos acabaron con su vida, le dispararon con armas calibre 9 y 45 milímetros. Murió frente a su sobrina, herida por roces de bala en el brazo y en una pierna.
Obdulio no traía protección, no alcanzó ese blindaje que significa la diferencia entre la vida y la muerte. Y no solo la muerte los acompaña, también el descrédito que acumularon durante décadas las fuerzas públicas. La opinión generalizada aplica tabula rasa sin distingos, aún cuando en muchas instituciones se aplican exámenes de confianza y se da seguimiento al estilo de vida de sus elementos.
Como nunca antes, el gobierno federal revisa con lupa al interior de sus corporaciones pero no es suficiente, el poder corruptor mueve montañas y a pesar de eso se está dando un paso importante. Como todo en el mundo real las cosas se hacen con dinero, el nuestro es un país pobre, lleno de carencias y de intereses políticos que privilegian proyectos privados sobre los nacionales. Es increíble que un problema que diario aterroriza a la población, y ahora a la clase política y empresarial con la desaparición de Diego Fernández de Ceballos, no se vea proporcionalmente reflejado en el presupuesto de egresos de la federación. En la mas precisa de las analogías, no podemos mandar a nuestros muchachos a la guerra sin fusil. No hay formulas mágicas en las carencias de los buenos, contra los grandes recursos del narcotráfico.
La guerra contra el crimen organizado se perdió en el Congreso, con un presupuesto de seguridad pública ridículo y unas reformas de justicia penal disfuncionales.
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