Hugo Páez
¿Qué decisión tomaría usted si le informan que la vacuna de la influenza A H1N1 puede tener efectos secundarios letales por las prisas de su fabricación? ¿Se vacunaba?
Es el dilema que viven las autoridades de salud del mundo frente a laboratorios internacionales que están incluyendo en sus contratos de compraventa una cláusula en la que no se hacen responsables por los efectos secundarios que provoca. Entre esos está una enfermedad letal llamada Guillain-Barré, que inicia deteriorando la mielina que cubre las terminaciones nerviosas y como proceso intermedio puede deformar la cara hasta producir dolores en articulaciones y llegar a la muerte.
Es un riesgo que corren todas las vacunas que no han sido satisfactoriamente probadas y maduradas. Es un riesgo real, conocido por los laboratorios de Francia, China y Estados Unidos, esos que incluyen la cláusula de protección y le venderán a México 30 millones de vacunas.
Las prisas corren, al grado que el presidente Felipe Calderón pidió a la Secretaría de Salud que se adquirieran los primeros 3 millones el próximo mes, para vacunar al personal médico del país y evitar exposición a contagios y propagación del virus.
No es una encomienda menor, ya que el único país que puede proveerlo con tal celeridad es Estados Unidos, pero sus autoridades, como las de cualquier nación, primero se protegen y después ayudan, por eso nadie contesta el teléfono del otro lado del Río Bravo, nadie que sospeche que la llamada es para pedir vacunas urgentes, tal vez por ese motivo el doctor José ángel Córdova Villalobos tiene las maletas preparadas para tocar puertas.
La otra probabilidad es que la vacuna contra la influenza no provoque la enfermedad Guillain-Barré, por eso los países tratan de acumular cantidades suficientes para hacerle frente a una contingencia sanitaria de estas magnitudes. Por ejemplo, la vacuna contra la influenza estacional está debidamente probada y no incluye estos riesgos, simplemente por que siguió todos los procesos de pruebas en laboratorios, sin embargo, la probabilidad de riesgo se trata de eso, de que en este caso el 7% de la población inoculada estría dentro de ese rango peligroso, en 30 millones que se pretende inocular más de 2 millones podrían presentar efectos secundarios.
Bajo esta perspectiva, habría que preguntarse si en estos momentos es menos peligroso no vacunar que hacerlo, frente a una enfermedad de baja letalidad como la influenza A H1N1. La experiencia dice que el invierno disparará la propagación del virus y el problema puede crecer exponencialmente, pero el sentido común de la gente y la experiencia que vivimos en el brote epidémico de mayo pasado también nos dice que son muy pocos los que mueren, y que la atención médica en los primeros síntomas de la enfermedad reducen casi a cero la posibilidad de muerte, sin embargo, las políticas de salud pública enfrentan problemas de escala diferente, por la atención masiva y los plazos cortos.
Por otro lado, no debemos perder de vista el comportamiento mercenario de algunos laboratorios internacionales que en la sicósis de las epidemias, aprovechan la tendencia sobreprotectora de los gobiernos para presionar y obligar al consumo, que en este caso va a ser de miles de millones de dólares.
Entiendo el dilema de las autoridades de salud, salir ó no a los medios de comunicación para advertir a la población que la vacuna no ha tenido el tiempo suficiente para probarla y eliminar toda probabilidad de riesgo. De hacerlo, seguramente la reacción sería de rechazo, sin embargo, esa cláusula que deslinda a los laboratorios de toda responsabilidad por los efectos secundarios lo dice todo.
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