Hugo Páez
Miguel Mancera se enfrenta a lo que rechazaba entender: que el gobierno federal y el PRI, igual que todo en política, no tienen amigos, sólo intereses, y las alianzas terminan con cada acuerdo.
Y el que se enoja pierde, lo prueba su encabronada frase: Si los señores de la federación le quieren subir el volumen, también seguiremos subiéndole de volumen, en relación a la embestida de Profepa por la muerte del gorila Bantú, la crisis medioambiental y la mañosa jugada de los verificentros.
El Jefe de Gobierno descuidó la sustancia por la instancia en una ciudad complejísima, con un alto nivel de entropía, demandante de cada minuto de tiempo, de cada chispa de talento, que la más de las veces parece ausente.
Desde inicio sus funcionarios se quejaron en la sombra de la gran atención al gimnasio y la poca fuerza física con la que abordaba los problemas, arrancaba el día cansado de las rutinas del gim, comparado con un Marcelo Ebrard menos metrosexual, un zorro urbano concentrado en la real politik, las más de las veces atinado. El Mr. Big del momento, como lo relacionó su equipo de comunicación con la serie Sex in the City.
Mancera sufrió las torpezas de su equipo, mantuvo el objetivo de odio de Joel Ortega que hizo del Metro la guillotina de Ebrard Casaubón con la promesa de quitárselo del camino presidencial. Al final del día fue destrucción mutua a un costo brutal, dilapidando un capital político que lo llevó del 70% al 17% de aceptación en menos de cuatro años.
A pesar del gran presupuesto de la #CDMX el PRD va perdiendo interés en él. De candidato único, de la figura sin competencia en el 2018, se convirtió en un lastre, soportable solamente por la chequera del Palacio del Ayuntamiento, y con esa flacidez pretende pasar la batuta de Agustín Basave a las manos sin talento de Alejandra Barrales, una historia de honestidad frágil, de serios señalamientos de corrupción.
Silvano Aureoles olió sangre y se fue sobre el árbol caído en las encuestas. La derrota de la izquierda en Oaxaca, la lejanía de Arturo Núñez en Tabasco, la frustrada aventura de Lorena Cuéllar en Tlaxcala, y el olor a podrido de Graco Ramírez Garrido en Morelos, hacen de Michoacán el otro centroide de la izquierda.
Desde Cuauhtémoc Cárdenas hasta Marcelo Ebrard se erigieron como los Gran Tlatoani, aún con la sombra de Andrés Manuel López Obrador. Pero el desastre administrativo y la aparición de Morena desplumaron el penacho de Mancera.
Tiene razón para estar encabronado, debe hacerlo consigo mismo, no con amenazas de subir el volumen, porque además de ciego se va a quedar sordo.
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