Hugo Páez
No se rasgue las vestiduras, nadie, conciente de la necesidad de agrupar a la fuerza pública contra una misma causa, pide que el ejército regrese a los cuarteles, si la operación estuviera bien hecha. Pero no.
Sinaloa, Nuevo León y Chihuahua son ejemplos fatales de malechuras, de la incapacidad de planear una guerra con probabilidades de éxito, que no se prolongue en un Apocalipsis que incluye emigración de familias completas, padres con recursos enviando a sus hijos a estudiar al extranjero ó cuando menos lejos de su estado. Los otros ciudadanos, esa inmensa mayoría, se tragan la angustia y la diaria lidia con jóvenes que se resisten a resguardarse en casa, ante el peligro inminente.
Culiacán, Juárez y Monterrey, por citar algunas ciudades presas de la epidemia de terror, cuentan historias mortales que se convierten, a fuerza de repetición, en una normalidad brutal.
Hasta el momento, la percepción de la violencia en muchos “territorios” es alarmante. No hay forma de convencer a la población que las ejecuciones, errores, incendios a comercios que no ceden a la extorsión, retenes falsos, y atentados, son parte del climax de la lucha contra el narcotráfico, que en algunos casos, mutó en otras variantes de delincuencia.
El gobierno federal se esmera en vano en explicar la prolongación de la guerra, de la militarización de la vida cotidiana y la instauración de un estado policiaco. El resultado es que a más acción, mayor reacción. Más civiles caídos, más recomendaciones de países alertando a sus ciudadanos para que eviten México y un partido en el poder prácticamente desahuciado.
“No daremos marcha atrás” repite Felipe Calderón; repiten sus funcionarios. A nadie le importa el método mientras no provoque impunidad y violación a los derechos humanos. Los resultados no llegan, y la desesperación tendrá consecuencias fatales. La sabiduría popular echa mano de soluciones desesperadas; en Sinaloa se habla de que solo con el dominio de un cartel del narcotráfico se instauraría el orden perdido. Son locuras hechas frases que ceden al crimen organizado la primordial función del estado: brindar seguridad a sus ciudadanos y mantener el estado de derecho.
Al inicio de la Semana Santa, las palabras de Manuel Clouthier Carrillo, hijo del legendario Maquío, impensables en otros tiempos contra un presidente del PAN, en este caso Felipe Calderón, botaron con la desesperación que embarga a todos en Sinaloa: “Solo viene a hablar de puentes ese cabrón”. Du-ri-si-mo.
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