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jueves, 12 de noviembre de 2009

De nuevo la izquierda paga la factura

Hugo Páez

La imaginación se agota ante la frustración de irse empequeñeciendo cada vez más. Las marchas de protesta funcionan positiva ó negativamente en la población, en proporción inversa al número de los interesados reales. La respuesta de los capitalinos ayer fue de un silencio estruendoso, ausencia y rechazo, un paisaje equivalente al que dejó la alerta por el virus de la influenza.
En conclusión, los citadinos trataron el movimiento del menguante Sindicato Mexicano de Electricistas como un virus inevitable, al que habría que sacarle la vuelta.
Dos ejemplos ilustran las diferencias en las protestas: la marcha blanca ciudadana con cientos de miles de participantes -probablemente rebasaron el millón-, en la que todos eran interesados, no acarreados, más los millones que simpatizaron con la causa y se sorprendieron del caudal de gente por la televisión. Nadie se quejó de las molestias, fue un auténtico movimiento ciudadano.
Lo de ayer no fue lo mismo, el Sindicato Mexicano de Electricistas encabezado por Marín Esparza, el de telefonistas, el PRD, el Partido del Trabajo y otras organizaciones construyeron un conglomerado para mostrar músculo clientelar, nada que demuestre más allá de una organización con fines de lucro; mecánica establecida para ganar dinero; los del micrófono más, los de la torta y el Boing, menos.
Este suicidio gradual de la izquierda mexicana indudablemente le aporta votos en contra. La elección del 5 de julio lo redujo casi a niveles de chiquillada en la Cámara de Diputados. Marcelo Ebrard advirtió la semana pasada que, de no llegar unidos al 2012 habrá que olvidarse de la presidencia de la república en la próxima década. Me imagino que quiso decir “en la próxima docena de años”, si tomamos como número base el sexenio; ó son dos, ó es uno: 6 ó 12, no diez.
Si le quitamos la intención de adelantarse a Andrés Manuel López Obrador como candidato de unidad, Marcelo en unas cuantas palabras reveló un pronóstico perredista de catástrofe.
Las marcha es un elemento insidioso en una izquierda mexicana, incapaz de cuantificar el daño que le hace subirse a cualquier barco que atraque en su puerto, la mayoría de las veces por piratas desahuciados.
Exigir justicia, exponer una causa, son elementos de protesta usuales en el mundo entero; en la ciudad de México se ha hecho un abuso de ello, parte se lo debemos a ser el centro de atención mediática del país. Son parte del paisaje cotidiano azotados por los temporales políticos.
El PRD ha tratado sin éxito de sepultar ese fantasma que lo ataca por varios frentes, se cree comprometido a seguir liderazgos disfrazados de causas sociales.
En el último lustro, Andrés Manuel López Obrador se convirtió en el centroide en que gravita la protesta callejera; el clímax: el plantón de Reforma que costó sangre electoral al PRD y al propio Andrés Manuel que parece secuestrado por su personaje, igual que Gerardo Fernández Noroña que lo eleva a grado superlativo; los dos, enfundados en su botarga de la que no pueden salir.
México no merece quedarse sin una izquierda sólida y comprometida con las causas sociales. No una izquierda funcional al oficialismo, negociadora y oxidada por intereses; si, una que equilibre al PAN y al PRI. Las experiencias de Vicente Fox y Felipe Calderón ilustran que la alternancia sola no es la solución, ni el regreso al pasado; los problemas de México son tan profundos y tan insidiosos, que necesitan la interacción cuando menos de las tres fuerzas, con madurez política, no el capricho que vimos ayer, que al final del día producirá costos en todos los niveles de la economía, pero sobre todo, a la izquierda mexicana.

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